El papel de las mujeres en la tabla periódica. Contrarrestando el efecto Matilda

En 2005, el entonces presidente de Harvard, Lawrence Summers, pronunció un discurso que causó gran revuelo entre la comunidad científica al afirmar que la desigualdad de género en el campo de la ciencia no se debía a una cuestión de discriminación, sino que era el resultado directo de una diferenciación genética que hacía a las mujeres menos aptas para la investigación científica. De nuevo, el pasado mes de octubre, el físico italiano del CERN Alessandro Strumia defendió durante una conferencia sobre la igualdad de oportunidades en el campo de la ciencia la inexistencia de dicha discriminación y llegó incluso a sugerir que en ocasiones las mujeres cuentan con un trato preferente a consecuencia de políticas de género. “La física fue inventada y construida por los hombres, no se accede a ella por invitación”, añadió Strumia antes de identificar a colegas científicas y afirmar que habían alcanzado su posición por política y no mérito.

Investigar el papel que las mujeres han desempeñado en el avance de la ciencia supone adquirir una visión panorámica y mucho más rica de todos los aspectos que concurren en la consecución de un descubrimiento y de las personas que toman parte en el proceso y cuyos nombres no suelen quedar labrados en ningún diploma: técnicos, colaboradores, asistentes o estudiantes. La mayoría de las científicas pioneras en el campo de la química trabajaron siempre bajo la supervisión masculina, lo que convierte en prácticamente imposible una identificación fehaciente de muchas de sus contribuciones a los avances logrados en los laboratorios en que trabajaban.

Por todo esto, el papel de las científicas en el descubrimiento de los elementos que componen la tabla periódica tal y como la conocemos hoy en día es difícil de desentrañar. Oficialmente son cuatro los nombres que salen a relucir de esa búsqueda, para quien desee llevarla a cabo. La doblemente agraciada con un premio Nobel Marie Curie destaca en primer lugar. Sus investigaciones sobre la radioactividad condujeron al matrimonio Curie al descubrimiento del radio y el polonio en 1898. Desde el Instituto Curie, Marie Curie se convirtió además en mentora de científicas de renombre que llevarían a cabo a su vez relevantes descubrimientos en sus campos de estudio.

En el caso de otras dos de las cuatro contribuyentes femeninas a la tabla periódica, Lise Meitner e Ida Noddack, su trabajo estuvo siempre ligado al de un científico de mayor rango. En 1907 Lise Meitner fue admitida como colaboradora sin remuneración en el laboratorio que el científico Otto Hahn tenía en el departamento de Química de la Universidad de Berlín, donde además tuvo que trabajar escondida en el sótano hasta que el laboratorio fue trasladado al Kaiser-Wilhelm Institute for Chemistry en 1913. En 1917-18, ambos descubrirían el elemento 91 de la tabla periódica: el protactinio. Más adelante, en 1938, Meitner y Hahn lideraron la investigación que conduciría al descubrimiento de la fisión nuclear, en gran parte gracias a los cálculos iniciales de la científica. Sin embargo, mientras ella huía a Suecia debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial, Otto Hahn publicaba los resultados de la investigación sin incluir el nombre de su colaboradora, cuya contribución tampoco reconoció al recibir el premio Nobel de Química en 1945.

Actualmente se considera que el concepto de fisión nuclear fue sugerido por primera vez por Ida Noddack. Esta científica trabajó como investigadora sin remuneración en el laboratorio de su marido Walter Noddack en Berlín, pues las leyes pronunciadas para mejorar la economía alemana tras el crack del 29 impedían a mujeres casadas desempeñar un trabajo remunerado, y apuntó en 1932 la posibilidad de que el núcleo se rompiera en varios fragmentos grandes, isótopos de elementos conocidos. Aunque esta idea fue considerada absurda por sus coetáneos, su nombre ha permanecido en la historia gracias a otro descubrimiento, que realizó junto a su marido en 1925: el renio. También realizaron experimentos que les llevaron a identificar el elemento 43, que ellos denominaron masurio, aunque finalmente serían Emilio Segre y Carlo Perrier quienes conseguirían aislar dicho elemento en 1937, dándole el nombre de tecnecio.

La única mujer considerada hoy en día descubridora de un elemento químico en exclusiva, esto es, sin tener su nombre asociado al de un científico jefe o marido, es Marguerite Perey. La física francesa, discípula de Marie Curie, consiguió aislar el elemento 87, el francio, en 1939 y se convirtió en la primera mujer elegida para la Academia de Ciencias de Francia.

El recorrido histórico a través del papel desempeñado por las mujeres en la tabla periódica está repleto de notas a pie de página y reivindicaciones a destiempo. En un ensayo titulado “La mujer como inventora”, la sufragista americana Matilda Joslyn Gage apuntó por primera vez al fenómeno social e histórico por el que las mujeres científicas ven atribuidos sus logros a colegas y superiores masculinos. Lo que en 1993 la historiadora Margaret W. Rossiter acuñó el efecto Matilda, es reconocido hoy en día como una realidad presente aun en muchos libros de texto y está avalado por numerosos ejemplos que se remontan a Trota de Salerno (s. XII), cuyos tratados de medicina fueron a su muerte atribuidos a diversos autores masculinos. Esta reivindicación del papel histórico de la mujer en la ciencia se refleja también en iniciativas como Women In Red, un proyecto que tiene como objetivo la publicación de una página diaria en Wikipedia para todas aquellas investigadoras cuyos nombres continúan apareciendo en rojo en la plataforma, lo que indica que no existe información sobre ellas. Iniciativas como el Día de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia tienen que servir también para que nombres como los de Berta Karlik, Harriet Brooks, Carmen Brugger Romaní o Trinidad Salinas Ferrer y, sobre todo, las importantes contribuciones que realizaron a la ciencia, no desaparezcan por completo.

Para más información: Celebrate the women behind the periodic table

Por Nora Martín

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Marie Curie